Las hojas amarillas que bajan por el barranco, esconden temblores de una
tierra desnuda, ellas palparon en el abismo la oscuridad adherida al silencio
que guardan las lechuzas.
Cuando las aguas llegaron al valle, vieron tumbada en una de sus orillas,
sobre una toalla multicolor, en la misma posición que “L’Olympia”, de Magritte,
apoyada sobre sus codos, con la cabeza levantada mirando su ombligo, una bella
mujer.
Ella estaba pensando: Se fue en busca del “vellocino de oro”, sobre su piel
–le han dicho- está escrita la fórmula para la obtención de oro y plata. Aún sabiendo que me mentía, le sonreí y lo
besé cuando se despidió.
Ella quiso ser como Thot, guardián de los sueños, de sus sueños. No lo
consiguió, ellos le conquistaron y, se fugaron.
Las hojas doradas antes de seguir su camino rio abajo, mientras la bella
dama las contemplaba, supieron decirle que, a veces cuando mueren las
ilusiones, de su caparazón, como del de las tortugas, surge la lira, de las
ilusiones muertas, surge la música de un nuevo amor.
Las acarició, y envueltas en el remolino provocado por su mano, siguieron con
sus destellos dorados, su camino al encuentro de su destino.
1 comentario:
... y ella se quedó rezagada en el color del otoño; surgía la poesía en las imágenes que la rodeaban. Pequeñísimos latidos ponían el acento en el silencio de una tarde ya vencida. Se había dejado atisbar sorprendida en sus recuerdos.
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