
Qué lluvia.
Qué bóveda fugaz.
Qué hayedos silvestres.
Nigromantes fatuos nivelan trigos y sangre,
recortes de sombras, vellocinos de humo.
Se dilata el vórtice del azul,
me desplaza del cerro a la estepa.
Todo gira en el eco,
sueños, buitres, palabras.
Solo es amor, y torrente de promesas.
Devolveré la pócima, que no el alambique.
ATHO
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