Hoy empieza el otoño.
Corre por las sendas del bosque un amarillo encendido.
Brillan el verde y el ocre. Gritan las hojas moribundas cuando les arrastra el
viento. Roto el silencio, los pájaros abandonan los nidos. Sobre la estampa del
valle una finísima lluvia da al paisaje el brillo de los últimos colores de las
flores que nacieron en primavera.
Desde mi ventana ya no siento soledad, estoy acompañado
de mis sueños otoñales. La inspiración se está apoderando de mí. Al final, he
pensado no permanecer callado.
Escribiré.
No ocultaré lugares insignificantes, ignotos o
infernales. Mis pensamientos acompañados por la nostalgia repetirán en los
relatos, mi vida encendida.
Y sucedió…
La encontré en una esquina. Las calles se habían cubierto
de sombras. Me contó historias alegres, Y, mientras miraba las estrellas,
locuras de sus amores. El espejo de los charcos donde siempre brilla la luna,
reflejaba sus piernas al andar, dueñas de un color que protege su belleza
hermosa y lasciva.
Sin decirnos nada nos cogimos de las manos. Como un
extraño rito de iniciación, bajo esa influencia, nos besamos en la boca. Una
tela de araña llena de alegrías radiantes, nos envolvió.
-¿No quieres saber quién soy?
-No
-¡Ah! –Dijo ella-; tienes miedo a perderme. Soy uno de
tus sueños.
En ese instante recordé a Charles Baudelaire: “Mientras este fuego nos abrasa el cerebro,
nos hundiremos hasta el fondo del abismo ¿infierno o cielo? qué importa. ¡Hasta
el fondo de lo desconocido para encontrar el nuevo!” Noté su contacto, sus
pechos en mi rostro, pasillo que me llevó al delirio. Aprendía a morir feliz.
El momento era una melodía. Un profundo suspiro dulce. Un
temblor de amante recorrió mi cuerpo cuando una y otra vez respondía a mis
besos.
-¿Puedes asegurarme que antes de llegar el nuevo día no me
abandonaras?
-Estos momentos son más bellos que los sueños. Yo no
abandono los sueños, son ellos los que abandonan.
Había un bosque de pinos y un sol que espantaba la
tristeza de las últimas sombras. La bella mujer caminó entre cristales de luz.
Al alejarse contenta de la aceptación de nuestros cuerpos sobre la yerba del
parque, dibujaba el ocaso que me había devorado mi último sueño.
No quise llamarla. No la seguí. Los sueños son los que deben
venir.
Ya pasará el tiempo del recuerdo. Donde parece no haber
sino vacío, en el fondo existe una purificación al adentrarnos donde solo hay
nada más que locura, tristeza sin causa, nostalgia sin medida.
Ese amor que sopla impetuoso, se esconde entre las fantasías
que huyen de la realidad, son una nube cargada de lluvia que apaga las pasiones
extrañas. Que coarta la libertad para amar como en los momentos reales.
Lo único que ha quedado en mi memoria: cosquillas de
mariposa. Necesito oír la lluvia sobre las ramas de los sauces que vigilan las
orillas del rio Vero.
Se marchita el día. Un vaho… y luego reconozco mi rostro
en los cristales de mi ventana
Lágrimas abajo. De todos estos recuerdos me siento
liberado.
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