12 octubre 2012

HOY EMPIEZA EL OTOÑO





 Hoy empieza el otoño.
Corre por las sendas del bosque un amarillo encendido. Brillan el verde y el ocre. Gritan las hojas moribundas cuando les arrastra el viento. Roto el silencio, los pájaros abandonan los nidos. Sobre la estampa del valle una finísima lluvia da al paisaje el brillo de los últimos colores de las flores que nacieron en primavera.
Desde mi ventana ya no siento soledad, estoy acompañado de mis sueños otoñales. La inspiración se está apoderando de mí. Al final, he pensado no permanecer callado.
Escribiré.
No ocultaré lugares insignificantes, ignotos o infernales. Mis pensamientos acompañados por la nostalgia repetirán en los relatos, mi vida encendida.
Y sucedió…
La encontré en una esquina. Las calles se habían cubierto de sombras. Me contó historias alegres, Y, mientras miraba las estrellas, locuras de sus amores. El espejo de los charcos donde siempre brilla la luna, reflejaba sus piernas al andar, dueñas de un color que protege su belleza hermosa y lasciva.
Sin decirnos nada nos cogimos de las manos. Como un extraño rito de iniciación, bajo esa influencia, nos besamos en la boca. Una tela de araña llena de alegrías radiantes, nos envolvió.
-¿No quieres saber quién soy?
-No
-¡Ah! –Dijo ella-; tienes miedo a perderme. Soy uno de tus sueños.
En ese instante recordé a Charles Baudelaire: “Mientras este fuego nos abrasa el cerebro, nos hundiremos hasta el fondo del abismo ¿infierno o cielo? qué importa. ¡Hasta el fondo de lo desconocido para encontrar el nuevo!” Noté su contacto, sus pechos en mi rostro, pasillo que me llevó al delirio. Aprendía a morir feliz.
El momento era una melodía. Un profundo suspiro dulce. Un temblor de amante recorrió mi cuerpo cuando una y otra vez respondía a mis besos.
-¿Puedes asegurarme que antes de llegar el nuevo día no me abandonaras?
-Estos momentos son más bellos que los sueños. Yo no abandono los sueños, son ellos los que abandonan.
Había un bosque de pinos y un sol que espantaba la tristeza de las últimas sombras. La bella mujer caminó entre cristales de luz. Al alejarse contenta de la aceptación de nuestros cuerpos sobre la yerba del parque, dibujaba el ocaso que me había devorado mi último sueño.
No quise llamarla. No la seguí. Los sueños son los que deben venir.
Ya pasará el tiempo del recuerdo. Donde parece no haber sino vacío, en el fondo existe una purificación al adentrarnos donde solo hay nada más que locura, tristeza sin causa, nostalgia sin medida.
Ese amor que sopla impetuoso, se esconde entre las fantasías que huyen de la realidad, son una nube cargada de lluvia que apaga las pasiones extrañas. Que coarta la libertad para amar como en los momentos reales.
Lo único que ha quedado en mi memoria: cosquillas de mariposa. Necesito oír la lluvia sobre las ramas de los sauces que vigilan las orillas del rio Vero.
Se marchita el día. Un vaho… y luego reconozco mi rostro en los cristales de mi ventana
Lágrimas abajo. De todos estos recuerdos me siento liberado.

  

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