08 noviembre 2006

ADIOS SIN RENCOR

Los árboles acariciaban el silencio, mientras, la libertad del viento, enredaba los cabellos y entristecía tu rostro. El sol calentaba nuestros cuerpos tendidos en la arena de la playa, tez morena, cubría de belleza la piel y todavía yo seguía a tu lado.
Nuestra relación empezaba a ser un desierto con montañas bajas, un horizonte que robaba oscuridad para tapar los momentos felices que habíamos pasado. Con el corazón seco de tanto amar y la pasión dormida, era el momento de la desesperación. Era en el centro de la eternidad soñada para nuestro amor, donde lejos de los torcidos caminos del destino, volaban nuestros besos y todas las caricias nacidas desde la noche hasta pasado el alba. Fuimos fieles enamorados, ocultos en nuestro frágil y divino sentimiento. Destrozados por la abundancia de fiestas licenciosas, empezamos a olvidar y borrar del fondo de nuestras almas la memoria impía de nuestros actos. Una tormenta de hastío barrió nuestro mutuo interés dando paso a un río de amables olvidos. Nuestro amor bajó desde el más alto cielo al más profundo barranco de la indiferencia.
La inmensidad del mar descomponía el día a lo lejos, entre la bruma. Nos miramos en silencio, acercamos nuestros labios como si en ese acto fuéramos a resucitar nuestra pasión perdida. Fue inútil, aquel beso certificó la muerte eterna de nuestro amor. Ahora tengo miedo de verme solo con mi libertad.


El fuego de la pasión, como el fuego de los alquimistas que transforma el metal pobre en oro, nos transformó de hombres en dioses.
Pero de una cosa estoy seguro, ningún amor muere, los amores olvidados se convierten en estrellas. Mira el firmamento, dos brillan más que ninguna.

ATHO DE JAZARIA

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