La gente que asiste al mercado preguntan:
-¡A cómo las perdices!
-¡A cómo los pollos!
-¡Quiero pollos!
-¡Quiero perdices!
-¡Pollos! ¡Pollos! ¡Pollos!
-¡Yo, perdices! ¡Y, yo!
¡Yo, también!
Gran cantidad de monedas se van amontonando sobre una boina boca arriba. El
vendedor está descansando sobre una banqueta tras recoger la recaudación y
guardarla en una faltriquera que esconde bajo la faja baturra. Se ha quedado
dormido.
-¡Oiga amigo! Se le van a escapar
los pollos o las perdiganas, o lo que sean –un guardia municipal, agita con
fuerza los hombros del traspuesto granjero.
Mientras va poniendo en una canasta
los pocos ejemplares que ha dejado de vender, está pensando:
“A la fin no se que feré, o noi
intiendo gota, o creio que esta chen no sabe distiguir unos pollos de las
guallas. Istas mulleres an´quiesto jibar.se.me de yo. La meba muller m´adiu que
no les faiga caso, que no les faiga caso que te´n fa mofla”.
Al regresar al pueblo para comer, suelta los pollos que compiten con los
gorriones la captura de los granos de maíz. Están hermosos, gordos y vestidos
con brillantes colores en sus plumas. Los pajaricos, miran de lado, y sin
espantarse, siguen picando los saltarines granos amarillos.
-¡Blasa! Yo no tiengo
tanta quimera porque tenemos asabelas de pollos y no imos teniu que ir a la
capital a quitar diners d´a libreta.
-Cequier, qui t´a fa
burlas ye es un corcullau. Bes-te-ne a cruixir a leña pa l´imbierno, y no
faigas caso.
La tarde, al caer sobre
el valle de la Fueva, parte la cordillera en mil reflejos, los pollos avanzan a
favor del viento por la senda que se pierde en los corrales de la vivienda.
Salvando la oscuridad, Cequier, regresa a casa. Va agarrado a la cola del
burro, que cargado de leña, parece más cansado que su amo
.
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