En la lívida aureola de un farol, tras deambular por las
calles silenciosas, la ciudad dormida, el amor se disipó, apartó su cabeza de
mi hombro.
¿Y,
sabes que me recordaba su mirada? …el resplandor verde de las ramas de la
higuera al ser mecidas por el viento. Pero…sus palabras se volvieron escabrosas,
difíciles de entender.
Huyó
la noche y supe después, que ella también. Se cubrió mi cuerpo de un escalofrío
rodeado por la luz de sus ojos y la música de sus palabras.
Miraba
con nostalgia como huía su hechizo bajo la luna, como se perdía el reflejo de
las estrellas en los charcos del olvido. Pena de un amor imposible.
Aquel
otoño, las sendas de mi destino se sumergieron en un vacío de luna y silencio,
en una extraña lejanía.
El
poder de este relato, retiene con fragilidad, el eco de la pasión. Pena de un
amor imposible. Desde la luz mortecina que alumbra el pasado, te recuerdo
encerrada en una burbuja indecente y sucia.
La
quietud diurna del presente es alegre. La senda que se divisa parece más
luminosa, se pierde en una libertad de un silencio que destila sueños dulces.
Allí aparece el cielo que recoge un río preso de sus orillas verdes.
El
fuego inquieto de la tristeza será para siempre si no se apagan sus ardientes
rescoldos. Me quedaré quieto, junto al manantial mágico de mi bosque, escondido
en la niebla, lejos de aquella realidad de perfecto círculo, formada por siete
puertas iguales, siete, no, setenta. Fue difícil encontrar la salida a la
verdad. Aquel amor estaba listo para el desguace.
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