No estoy seguro, después
de amar a la lluvia, sin entender su música, me quite el miedo a encadenar
sueños.
Esta vida trascurre
lenta.
Si las nubes hablaran, un
silencio siniestro estallaría en la memoria al recordar las palabras que nos
dijimos al despedirnos en aquel café.
Alguien toca el piano mientras
muere en el horizonte esta noche de otoño. Ha sido un día de nostalgia, melodía
de un tiempo que pasamos en París. Cierro los ojos ante la paz que siento.
Se desprenden los enigmas
de aquel viaje.
Amargor.
La mirada de sus ojos,
como ave nocturna, se perdía en un pozo donde mueren las estrellas del
desencanto. Íntimo secreto que duerme triste tras recordar tan insólita
aventura. Olvidaré su cuerpo tan deseado en sueños. Aquellos suspiros que
rompían la tranquilidad del Sena. La densidad de la pasión permanecía una vez
agotadas las caricias.
Mas, que importa ya, este
amor, libre ahora de su embriaguez.
En el espacio real de
reproches, murmullos en la cumbre de los sentimientos, que no pueden olvidar
sus desnudos de mentira. Ocaso del instante de una mirada extraña que nace de
la duda silente en su corazón repleto de soledad. La imaginación murió en la
superficie de una piel que no deseaba sujetar la pasión y dar a esa pequeña
muerte un seguro final lleno de amor.
Todas las estrellas de su
mirada parecían suplicar que no cesaran mis besos sobre su piel, pero, no era
así, huía a la montaña de otra persona, como gorriones urbanos hartos de los
ruidos grises de amores fingidos.
No quiero saber si estos
recuerdos dificultan el nacimiento de un nuevo día feliz. No quiero recordar
como su cuerpo tumbado a la orilla del río, esperaba fingiendo, la música de
mis besos. Libre, para que se derrame la alegría como las olas sobre la playa
de mi alma, mi pensamiento, premian con sus nuevas imágenes, ráfagas de paz han
explotado. Todo es luz. Tal vez un antídoto contra el miedo. Miedo a que nada
tiene sentido. Alegría o aflicción.
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