07 diciembre 2006

EL GATO DE LA TABERNA DE ITIL


En una taberna del puerto de Itil vi a un gato dormido sobre un montón de harapos al lado de un barril de vino. Fuera, la ciudad estaba sentada en el silencio de la noche.
El tabernero, un bribón huido de las huestes del Gran Kan, trataba de avivar la llama de una antorcha maloliente. El viento empezó a soplar fuerte golpeando los ventanales. El gato abrió los párpados y sus ojos brillaron como ascuas al recibir la luz de los relámpagos que se filtraban por puerta y ventanucos.
Yo venía de Jerusalén. Nos habían vencido. Un caballero siciliano me contó que los gatos eran criaturas infernales, simbolizaban la oscuridad y la muerte. Yo no le creí. Pero, aquel gato tenía el mismo color y forma que el descrito por el guerrero.
En un momento en que el felino desde su rincón me dirigió la mirada, supe que presagiaba maldad. En toda mi vida de aventuras por Oriente había sentido tanto miedo. Sin dejar de mirarme fijamente, estiró en forma de arco su ancho lomo y se dispuso a saltar sobre mí. Arreciaba la violencia del viento y se empezó a oír el estruendo de unos truenos.
Cuando lo vi en el aire, saqué mi espada y de un mandoble lo decapité. Pero, ¡horror! La cabeza se volvió a juntar al tronco... Hice la señal de la Cruz y... el gato o lo que fuera, empezó a arder dejando una humareda con olor a macho cabrío.
Salí apresuradamente, monté sobre mi caballo Igorrote y cabalgue toda la noche entre la tormenta, hasta llegar a Sarkel.
Hasta ahora no se lo he contado a nadie, pues temo que se mofen de mí, pero no puedo aguantar más y lo cuento. Así sucedió, no fue un sueño. En mi espada todavía está la mancha de sangre. He decido llevársela a mi amigo el herrero para que la funda sin decirle nada de lo acaecido.
ATHO

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