11 marzo 2010

PARIS



Paraguas de colores se desplegaban en la noche bajo las farolas. Su luz al reflejarse en las gotas de lluvia daba misterio a las calles de París. La llave de su apartamento, en mi bolsillo. La luna, encendida en el balcón. Los robles del parque, llenos de promesas. Ardía mi carne.
Mis intenciones, tortuosas como el tronco de níspero en el que aparecen algunas manchas de podre, se perdían en la cosmogonía de su cuerpo.
Enmudecidos tras la lucha, nuestros pensamientos se perdían en la bruma donde habitan los sacrosantos recuerdos de nuestras anteriores relaciones con otras personas.
Y yo, yo que olvido, me dormí. Y ella, ella que no olvida, también.
Y después, el día. Oí su silencio. Y ella, el mío. Ese silencio del alma que se escucha a pesar del ruido de las pasiones inconfesables.
Que, el amor desaparece y no deja rastro, es una mentira.
ATHO

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