La ventana estaba rota, las ramas de una higuera penetraban hasta la profundidad del silencio de la cabaña. Los añicos de cristal, pequeños pedazos de cielo. No tenía temor: compañías boscosas apretadas totalmente por el viento fuerte del amanecer, estaban a mi lado. Las hojas eran verdes y el silencio brillaba donde tranquilos vuelos de las aves escribían el destino de los hombres. Hasta los cuervos mordisqueaban el fruto ignorando mi presencia, y las mariposas depositaban en las flores mensajes de los dioses del bosque de hayas.
Al final, una luz y un roble. Cogida del brazo derecho de una dama de blanco, iba mi alma, sin prisa, parecían no querer llegar al final de la senda. Se mecían al compás del silencio, y las melodías de la naturaleza, despertaban. Entre los dedos de la dama y los de mi alma surgía una sensación cálida que, cuando rozaba la ventana, una niebla fugitiva, como si de un sortilegio se tratara, adivinaba el temblor de mi carne.
2 comentarios:
Hola Atho: Ya te dije muchas veces que me encantan estos textos tuyos porque me hacen soñar con otros mundos y otras realidades.
Un beso desde Asturias
Emma
Ps: Ya te he puesto este enlace en mi web.
...y el mio.
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